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07/11/2025

No en nuestro nombre: la lucha del judaísmo antisionista por una Palestina libre

Discurso de Tomás Eps, representante de Judíes x Palestina, en la conferencia internacional «La Palestina del mañana» organizada por la Iniciativa por un Estado Democrático (ODSI), realizada en Madrid el 7 y 8 de Noviembre.

Aún no presenciamos el amanecer, cuando la noche cerrada vuelve a cernirse sobre nuestras cabezas.

Hace 80 años se apagaban las cámaras de gas nazis y comenzaban las convenciones, declaraciones y legislaciones entre Estados que prometían prevenir futuros genocidios. Desde entonces, sin embargo, estos se han sucedido década tras década en España, el sudeste asiático, Latinoamérica, África, los Balcanes, Medio Oriente.

Hoy, la profundización del genocidio al pueblo palestino enseña nuevamente ¡y a la vista del mundo! cómo las tecnologías de punta son utilizadas para el asesinato en masa, cómo perduran el colonialismo y el racismo, en qué medida estas masacres sirven a los intereses de los poderes imperiales. Pensar en la Palestina del mañana, como se ha propuesto esta conferencia, implica plantar cara a la persistencia insoportable de la muerte.

Se nos ha invitado aquí a hablar de nuestra lucha como judíos antisionistas. Una lucha que nos enfrenta sistemáticamente a una de las mayores paradojas de la historia moderna: la metamorfosis de una importante porción de nuestro pueblo de víctima en victimario. Quisiera comenzar desandando esta paradoja.

La derrota del nazismo, que había sido sembrada con la sangre de miles de combatientes, fue usurpada por los Estados vencedores. Los mismos Estados que por años habían dejado avanzar a Hitler aparecían entonces (y continúan apareciendo) como los salvadores de los judíos. Pero lo hacían, como bien ha señalado Ilan Pappé, sin atender a la tarea más elemental: dar una respuesta satisfactoria a la llamada “cuestión judía” en sus propios territorios, cunas del antisemitismo moderno. Acostumbrados a exportar manufacturas, armas y soldados, los Estados llamados a sí mismos “democráticos” exportaron también el “problema judío”. Sus agentes de exportación iban a ser los portavoces de una utopía reaccionaria, el sionismo, rechazada por décadas por la mayoría de los judíos del mundo.

La historia, como muchos saben, había comenzado a escribirse mucho antes, incluso antes de Arthur James Balfour y los atentados terroristas del Irgun y compañía. Mas concluida la Segunda Guerra Mundial, la manipulación de la memoria del Holocausto fue la carta definitiva para la instalación de un enclave imperialista en Medio Oriente, para usurpar los recursos y actuar contra los levantamientos de los pueblos árabes y persa. Hoy, que se multiplican las bombas, el hambre y las expulsiones al este del mediterráneo, es preciso señalar que los cuentos sobre un sionismo progresista han sido definitivamente desmentidos por la historia. El asedio de Gaza no es un exceso: es la forma de llevar hasta sus últimas consecuencias un proyecto supremacista, colonial y contrarrevolucionario. El Estado de Israel fue, es y será, mientras exista, una Nakba permanente. La actual fascistización de Israel, que se expresa con crudeza en la deshumanización de nuestros hermanos palestinos, no es un contratiempo ni una calamidad, sino el resultado extremo de la militarización y el adoctrinamiento de una sociedad en constante pie de guerra. Pero es, también, la expresión de un Estado en decadencia, atravesado por la crisis económica y política y abandonado por centenares de miles de judíos, en lo que el propio parlamento israelí ha calificado como un “tsunami” emigratorio. Con el reconocimiento abierto de la vocación genocida del sionismo, la paradoja de la víctima-victimario se hace evidente a los ojos del mundo, dando testimonio de que ningún pueblo puede desarrollarse a expensas de otro pueblo sin, en el camino, perderse a sí mismo.

Sería necio negar que las décadas de financiamiento imperialista, propaganda y lobby sionista han logrado invertir la balanza, volviendo al sionismo una ideología mayoritaria en la comunidad judía organizada. Para algunos de nuestros compañeros de ruta, abroquelarse con un Estado genocida se contradice con el judaísmo como tal. Para nosotros, por el contrario, no existe “esencia” judía. Existen, sí, tradiciones, y es nuestro derecho y nuestro deber reivindicar la nuestra: la de un judaísmo humanitario, combativo y solidario con los otros pueblos. La de quienes lucharon contra los pogroms y la discriminación, por la igualdad de derechos en las sociedades que vivían. La de los que dieron la vida por la transformación revolucionaria de esas sociedades, en muchos casos en roles dirigentes. La de los que combatieron en Varsovia contra toda certeza. La de partícipes de primera línea en la pelea contra el apartheid de Sudáfrica y contra la dictadura de mi país, Argentina, dos de tantos regímenes criminales apoyados por el Estado de Israel.

Pero esta tradición no es nuestra única madre. En nuestra lucha contra el sionismo, no solo reafirmamos nuestro compromiso con el pueblo palestino: reconocemos nuestra deuda con su larga y heroica lucha por libertad y dignidad. Con sus huelgas generales y revueltas de los ‘30, sus heroicas trincheras de Al-Karamé, sus campañas de boicot, sus milicias, sus escuelas reconstruidas en revancha de las topadoras, sus Intifadas y sus Marchas del Retorno. Con su organización tenaz en la diáspora, en los campos de refugiados, en las aldeas asediadas por colonos y en las milenarias ciudades que con tanto amor describió al-Maqdisi en sus viajes y evocó Darwish en sus versos. Por eso cuando, desde la ingenuidad o la malicia, se presenta a los palestinos como meras víctimas, levantamos una sandía al cielo, saludamos su resistencia inquebrantable contra el asedio colonial y sostenemos que es A ESA resistencia a la que el pueblo de los olivos debe su existencia.

Y esa resistencia, que hoy se expresa en caravanas tenaces y en la sacrificada reconstrucción de casas bajo escombros, es la semilla de un árbol que no deja de crecer. De octubre de dos mil veintitrés a la fecha han tenido lugar cuarenta y ocho mil demostraciones en apoyo a Palestina a nivel mundial. Sabemos, por experiencia propia y compartida, que en estas movilizaciones crece junto al reclamo por el fin del genocidio el grito por una Palestina única, del río al mar, incluso cuando este grito es censurado, arrestado y perseguido judicialmente. Crece, también, la conciencia de esos movimientos sobre el abismo que los separa de los Estados y empresas cómplices de sus países. Los obreros de Italia vienen de sacudir los suelos de la península con una huelga general, reclamando la ruptura de relaciones con Israel. Aquí, en el Estado español, enormes movilizaciones y huelgas han reiterado en estos días el reclamo, sin dejarse engañar por gestos y palabras de ocasión. Las calles atestadas de Medio Oriente contrastan con el abandono de la amplia mayoría de sus gobiernos a la causa palestina. Y en suelos más lejanos del Mediterráneo, millones hemos marchado desde Bangladesh a Estados Unidos, desde Argentina hasta Japón.

Como tantas veces enseñó la historia, la solidaridad abre el camino a una conciencia de comunidad y de intereses compartidos. La presencia de banderas palestinas en las más diversas movilizaciones muestra la unidad entre el reclamo por la libertad de Palestina y las demandas de cada pueblo contra la pauperización social, la liquidación de las conquistas laborales y la destrucción del ambiente. En esas manifestaciones, denunciamos también cómo Israel exporta al mundo su tecnología de la crueldad: armas, drones, carros blindados y software para la represión de los manifestantes, la vigilancia estatal generalizada y el exterminio de otros pueblos. La victoria del pueblo palestino y la derrota del proyecto colonial israelí sería un espaldarazo a las luchas de las masas trabajadoras del mundo.

Como judíos que luchamos por una Palestina libre, recibidos fraternalmente por nuestros hermanos palestinos en cada aldea y en cada espacio de lucha, no podemos más que sentir disgusto por su sistemático silenciamiento. Es por eso que nos comprometemos a amplificar sus voces con todos los medios a nuestro alcance. Pero sabemos que no elegimos el campo de batalla, y asumimos la responsabilidad que nos toca, tanto hacia el mundo como hacia al interior de la comunidad judía. De afirmar una y mil veces que el Estado de Israel no es sinónimo de judaísmo. De rechazar la manipulación de la memoria del Holocausto y la malversación de la categoría de antisemitismo, como arma contra quienes enfrentan las masacres del sionismo. De denunciar a las instituciones judías serviles al colonialismo. De recordar las simpatías no solo de Netanyahu, sino también de Herzl, con los antisemitas, las alianzas de Jabotinsky con los fascistas y las declaraciones de Ben Gurion de que prefería salvar a la mitad de los niños judíos europeos en Israel que salvar a la totalidad de ellos en Gran Bretaña. De poner el cuerpo contra los colonos y el cerco en Gaza. 

Es con estas definiciones que el judaísmo antisionista crece en el mundo, nucleando a decenas de miles de activistas. En el estratégico Estados Unidos, sede de organizaciones sionistas opulentas y profundamente entrelazadas con los partidos de gobierno, las décadas de organización opositora están mostrando sus frutos con acciones masivas y un rechazo de la mayoría de la juventud judía a las políticas de Israel. Con mayores o menores dificultades, en numerosos países se multiplica no solo la ruptura abierta de judíos con el sionismo, sino también la conciencia de que es necesario levantar la voz para decir “No en nuestro nombre”. Y son miles las voces que se alzan en Canadá, Francia, Gran Bretaña y en los más de 20 países donde hemos conformado organizaciones de judíos en apoyo a Palestina.

Y es desde este lugar que luchamos por el desmantelamiento del Estado colonial de Israel y por una Palestina única y laica, del río al mar, donde se garantice el derecho al retorno. Un Estado que debe ser construido y dirigido por la resistencia palestina, sin la cual ni siquiera estaríamos hablando hoy aquí. No es solo por esperanza, sino también por conocimiento de la historia, que creemos que en cada casa que vuelve hoy a levantarse de los escombros, en cada aldea que resiste a los usurpadores y en cada movimiento de reorganización comunitaria y de organización política late la Palestina del mañana.

En medio de la noche, vemos en esa Palestina del mañana las primeras luces de un amanecer para los oprimidos del mundo.